21 ago 2012

Donde está el límite??



Foto: http://revolucionfemeninaohecatombehumana.blogspot.com.es


A principios del siglo XX la esperanza de vida en España apenas llegaba a los 40 años. En 1896, en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, la marca de los 100 metros lisos que valió el oro fue de un tiempo de doce segundos. Si en aquel entonces alguien hubiera pronosticado que, más de un siglo después, viviríamos más de 80 años y que un atleta sería capaz de correr los 100 metros en poco más de nueve segundos, le habrían tomado por loco, o, como mínimo, por visionario. Pero a lo largo de los últimos años, el ser humano ha sido capaz de llevar sus límites fisiológicos a extremos inimaginables. ¿Existen límites? ¿Estamos cerca?

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La ciencia del deporte es un buen indicador del estado de la cuestión. Un estudio del Instituto Francés del Deporte concluyó en el 2008 que los récords mundiales tocarán techo en el 2060. Después de analizar más de 3.000 marcas en los últimos cien años, notaron que los atletas aprovechaban el 75% de su potencial en 1896, mientras que en el 2008 ya habían alcanzado cerca del 99%. No obstante, de acuerdo con otro estudio coreano de Yu Sang Chang y Seung Jin Baek, publicado en el International Journal of Applied Management Science, estos límites llegarán mucho antes: en diez años.

Existen algunos datos que explican el progreso de las últimas décadas: ha aumentado el consumo de carne, la masa muscular ha crecido, la higiene y la salud han mejorado. Las técnicas de entrenamiento se han sofisticado, las instalaciones son casi perfectas, los accesorios, desde zapatos, bañadores u otros elementos son casi óptimos. Quedan elementos aleatorios que sí pueden influir en las prestaciones: el viento a favor, la forma física, la actitud, la fuerza psicológica, el humor del día. Si se produce alguna mejora en el futuro, será muy pequeña y muy lenta.

Desde un punto de vista médico, existen unos límites infranqueables, que residen en la estructura ósea y la fuerza muscular. Los huesos se pueden romper si caen de una cierta altura; los músculos pueden aumentar de volumen y fuerza, pero los tendones, que no varían, difícilmente pueden aguantar más allá de un cierto límite. Si comparamos el cuerpo humano con una máquina, también hay un problema de suministro energético: un principio básico explica que la actividad metabólica en máximo ejercicio no suele superar siete veces la del metabolismo en reposo. Es decir, que por mucha gasolina que se ponga, el coche no irá más rápido.

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En el frente opuesto, hay quien sostiene que el ser humano tiene todavía mucho recorrido. Sebastián Coe, mítico atleta de medio fondo, cree que no estamos “ni siquiera cerca de los límites”. Todd Schroeder, profesor de la Southern California University, confirmaba que el ser humano, cuando entra en juego su supervivencia, es capaz de romper barreras. “Es como si el cuerpo humano almacenara una reserva de energía para situaciones anómalas. El hombre parece no ser consciente de este potencial”. Se han documentado casos de personas que, para salvar su vida, han sido capaces de levantar rocas de decenas de kilos o de correr a velocidades muy superiores a su promedio habitual.

Carlos Alberto Cordente, profesor de la facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte de la Universidad Politécnica de Madrid, cree que la mera existencia del límite hace que este se pueda superar. “Los límites que existen son relativos al tiempo y la generación en los que uno vive.”. Cordente pone un ejemplo esclarecedor: “Si Usain Bolt hubiera nacido cuando el récord de los 100 metros estaba en 10,3 segundos, seguro que no habría logrado correr en 9,58 s. Si él ha podido correr en ese tiempo es porque, antes, otros corrieron en 10,0 s, 9,95 s, 9,92 s, etcétera, y rompieron barreras que parecían inalcanzables”. En su opinión, el afán de superación del atleta es el que va poniendo el listón cada vez más alto. Cordente considera que, en términos generales, si vivimos en un ambiente sano nos hacemos más fuertes de generación en generación por adaptación al medio. Por ello, “aunque parezca imposible hoy en día batir récords como el de Bolt, algún día ocurrirá. En lugar de fijar unos límites concretos, lo más realista que se puede decir es que hoy corremos más que ayer y menos que mañana”.

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El debate, como se ve, está abierto. E incierto. Piero Galilea es médico en el Centro de Alto Rendimiento CAR en Sant Cugat del Vallès (Barcelona). “No tenemos certeza absoluta de dónde está el límite. Es indudable de que hay un tope. Una parte está escrita en los genes, la otra se puede entrenar. Pero nos estamos acercando cada vez más”, reconoce. La genética trata de dar respuestas. “Existen unos genes que regulan las prestaciones. En el 2005 algunas investigaciones aseguraban que había 170 elementos genéticos con influencia deportiva. Hoy se sabe que hay 250”, indica Galilea. Y es sabido que la genética se hereda. Así, si los incas habían desarrollado un sistema de correos a base de atletas que corrían kilómetros para entregar mensajes, no hay que descartar que entre los andinos quede algún rasgo de ese lejano potencial. En este sentido, Galilea subraya cómo, desde un punto de vista estadístico, hay mucho por descubrir. “Hay que tener en cuenta que el deporte ha sido una actividad que, durante años, ha sido muy extendida en los países occidentales. Hay muchos niveles de población que no tienen acceso y a lo mejor hay alguien que no se ha dedicado aún a la práctica deportiva que tiene un potencial enorme”.

Pero no todo está en los genes. También hay factores sociales. Ahora España cuenta con grandes tenistas, también gracias al entusiasmo que se desató en las finales de la Copa Davis en los años sesenta. Y los genes españoles no son tan diferentes de los italianos, que apenas han tenido figuras dignas de mención en esta disciplina en los últimos años. Tampoco hay que
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subestimar los desarrollos futuros en las técnicas de entrenamiento. Porque no es verdad que en este campo todo está inventado. Todavía se está estudiando, por ejemplo, el impacto que puede tener en las prestaciones la secreción de determinadas hormonas del bienestar, como la serotonina o las endorfinas. Además, se ha comprobado cómo se puede sacar más partido de un atleta al entrenar en determinadas condiciones ambientales. “Los métodos evolucionan constantemente: en la actualidad se trabaja en hipoxia, para estimular la respiración con menor concentración de oxígeno”, indica Galilea. Otra rama que aporta avances es la cronobiología. Por ejemplo, “aprovechar más ciertas horas del día, cuando el cuerpo del atleta rinde más; o mejorar la recuperación de las lesiones y evitar parones que afecten al rendimiento”, señala.

Más allá de la vertiente deportiva, la medicina aeroespacial, que estudia el comportamiento del ser humano en situaciones extremas, ofrece conclusiones interesantes. Por ejemplo, según una investigación del profesor de Psicología de la Universidad de Filadelfia, David Dinges, el límite óptimo de productividad del ser humano se sitúa en las 12 horas. Si excede este límite, empieza el cansancio. También comprobó, tras analizar horas de vuelo, que la mayoría de los accidentes se producen al cabo de 17 horas.
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Y es que para estar bien, precisamos dormir. Los experimentos del profesor William Dement, de Stanford, demuestran que uno de los efectos de la vigilia prolongada es que el sujeto se olvida de lo que hace. Las ratas, cuando se las mantiene despiertas, ante el colapso del sistema inmunitario y graves alteraciones en el metabolismo, mueren a las dos semanas, menos tiempo de lo que tardan en fallecer de hambre. Se cree que el hombre puede morir al cabo de dos o tres semanas sin dormir.

El ser humano evoluciona y los estudios certifican que, en el curso de los siglos, nos hemos convertido en seres más longevos. Pero hablar de un elixir de la vida eterna es un espejismo: un reciente estudio publicado en Nature Cell Biology sostiene que cada célula está condenada antes o después a envejecer y apagarse: los telómeros, extremidades que protegen los cromosomas, con el tiempo se acortan y no se pueden reparar. Un equipo de la Universidad de Chicago estableció que la esperanza de vida tiene un límite de 85 años y que, si se mantuviera la tendencia actual, se alcanzarían los 85 años de esperanza de vida en los años cuarenta del siglo XXI.

Habría que ver en qué estado llegaríamos a esa edad. Nuestro cerebro, por ejemplo, es una incógnita. ¿Ha alcanzado su máximo potencial? No se sabe. Una investigación llevada a cabo por Thomas Landauer en 1986 ha demostrado que un adulto es capaz de memorizar, a lo largo de su vida, una cantidad de información de 125 megabytes, lo que equivale a una decena de fotos en alta resolución o el contenido de cien copias de un libro como Moby Dick. Pero Von Neumann, en un trabajo anterior, estimó que la capacidad de almacenamiento del ser humano es el doble. Asimismo, según la revista Scientific American, estaríamos muy cerca del límite del tamaño cerebral: si fuera más grande necesitaría más energía y podría ser menos eficiente.

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Es cierto: el hombre también necesita alimentarse. El agua es esencial. La experiencia de los náufragos demuestra que si se consigue ingerir líquidos, el cuerpo humano puede ir tirando incluso si no tiene comida. De hecho, con un aporte de vitaminas y agua, se puede estar meses sin comer.

También somos más altos que en el pasado. Según los académicos Thomas Hills y Ralph Hertwig, el límite se situaría en dos metros y medio: más allá habría problema de irrigación sanguínea y fortaleza de los huesos. Más escéptico, en 1886 Francis Galton, mediante un cálculo estadístico sobre la altura de padres e hijos, comprobó que a larga escala se produce efecto de regresión hacia la media, con lo que no hay que esperarse muchas variaciones. Cara al futuro, puede que con la implantación de órganos o de circuitos artificiales consigamos llevar todos estos límites hasta fronteras inimaginables. Pero tal vez para entonces ya seremos menos hombres y más máquinas.

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Algo está muy claro; Cuanto más ejercicio físico hagamos, mayor será nuestra esperanza de vida y mejor será la calidad de esta, sin olvidar claro, una buena alimentación y un entorno emocional lo mas sano posible.



 -äma-

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